Se juzgó a militares y civiles involucrados en
secuestros, torturas, crímenes y apropiación de niños durante la dictadura.
También, a los pilotos de los vuelos de la muerte.
Cerca de las cuatro de la tarde del miércoles
Alfredo Astiz apareció en la sala. Apenas minutos después, dado el
privilegio alfabético, sería de los primeros entre los 54
acusados por crímenes de lesa humanidad en
la ESMA que escucharía la palabra "perpetua". Antes,
mientras la fila de asesinos ocupaba el espacio de los señalados, custodiados
por agentes penitenciarios, Astiz pronunció eufóricamente varias veces la
palabra "Argentina" junto a los otros. Y luego, apoyados
por unos 50 familiares que ocuparon la tribuna de la primera planta, cantaron
el Himno. Abajo, tras los vidrios protectores de la sala AMIA, sobrevivientes
del horror, víctimas, hijos, padres, nietos, madres, les gritaban a los
acusados "asesinos" y les mostraban las fotos de los
desaparecidos que pasaron por sus manos. Antes de sentarse, con el mismo
tono desafiante con que cantó, Astiz exhibió un libro de tapa negra. Del
otro lado del vidrio alguien le gritó: "¡Astiz, te vas a morir preso
en la cárcel como Videla!".
Efectivamente, Astiz pasará el resto de su vida
en prisión. También tendrá ese destino Jorge "El Tigre" Acosta y
Carlos Suárez Mason. En total, 28 militares y un civil recibieron la pena de
prisión perpetua por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Escuela
de Mecánica de la Armada entre 1976 y 1983. Seis de ellos, entre los que
estaba el otro civil, ministro de entonces, Juan Alemann, y tres pilotos de los
"vuelos de la muerte", fueron absueltos por falta de pruebas. Y el
resto recibió condenas de entre 8 y 25 años. El castigo fue aplicado por hechos
aberrantes como la privación ilegítima de la libertad, la imposición de
tormentos, torturas seguidas de muerte y apropiación de menores.
María Isabel Prigione Greco nació en la ESMA, cree
que entre febrero y marzo de 1978. Su mamá Cristina Greco estuvo dos veces
secuestrada allí y también su papá, Armando Prigione. María Isabel pasó su
primer mes de vida privada de la libertad y luego fue entregada a su abuela.
Sus padres fueron arrojados vivos desde aviones. El miércoles Isabel escuchó
las cuatro horas de lectura de veredicto, tras cinco años de juicio, sabiendo
que va a volver.
"Esto no nos frena. Quedan cómplices en la
calle. Hubiésemos querido perpetua para todos, pero no nos quita el ímpetu para
seguir, fueron una condena más", comentó a Infobae. Es que José Luis
Magnacco y Carlos Capdevila fueron los médicos que estuvieron en el parto de su
nacimiento y ocultaron su destino y el de su madre y recibieron 24 y 15 años
respectivamente.
La megacausa ESMA puso en juicio a dos civiles, Juan
Alemann, quien se cree que estuvo en la Escuela y participó de la tortura del
presunto autor de un atentado en su contra, y a Gonzalo Torres de Tolosa, un
funcionario judicial durante la dictadura, que participó de torturas y
secuestros. En el caso de Alemann, no se pudo comprobar la acusación y fue
absuelto. Torres de Tolosa, en cambio, recibió perpetua y la sala donde estaban
las víctimas celebró tan efusivamente como ya lo había hecho al escuchar las
condenas de Astiz, Acosta, Jorge Carlos Radice.
El expediente incluye la investigación de los vuelos
de la muerte, de cómo se organizó este plan de exterminio demencial. La
impresión antes de comenzar la audiencia final era que los cinco pilotos
acusados serían absueltos. Por eso las víctimas celebraron cuando oyeron las
condenas perpetuas de dos de ellos, Alejandro D'Agostino y sobre todo Mario
Daniel Arru, quien se cree que estuvo cuando arrojaron a los secuestrados
en la iglesia de la Santa Cruz, entre quienes estaban Azucena Villaflor,
la primera referente de las Madres de Plaza de Mayo, y las monjas
francesas Alice Dumont y Leonis Duque
"Fue un juicio histórico, por primera vez se
juzgó a los pilotos, los autores materiales del último eslabón de un circuito
mortífero", le dijo a este medio Ana María Careaga, hija de Esther Ballestrino
de Careaga, otra de las fundadoras de Madres (también jefa de uno de los
primeros trabajos de un joven Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco), quien tras
exiliarse en Brasil y Suecia volvió al país y fue secuestrada por Astiz en la
Santa Cruz.
Pero se lamentó por las absoluciones a otros tres
pilotos, Emir Sissul Hess, Rubén Ormello y Julio Alberto Poch, en este
caso, la única por unanimidad. Sobre la situación de Poch hubo expectativa.
Poch vivió en Holanda (lo que generó que hubiera prensa de ese país
cubriendo el veredicto) donde trabajó para una aerolínea privada.
Allí, ante sus compañeros, se jactó de haber participado de los vuelos de la
muerte. Eso le valió la acusación y la extradición a Argentina. Sin
embargo, fue absuelto.
"Para las absoluciones tenemos que ver los
fundamentos. La absolución tiene que ser lógica, hay que seguir trabajando para
conseguir pruebas, porque todos ellos eran necesarios para cumplir con ese
circuito. Que se haya condenado a dos fue muy importante", comentó
Carreaga.
Entre los 29 condenados a perpetua también
estuvieron Adolfo Miguel Donda, teniente de navío y jefe de
operaciones de un grupo de tareas de la ESMA, quien en 1977 le sacó la hija a
una de las secuestradas. La niña era su sobrina, la hija de su hermano. Se la
entregó al ex prefecto Juan Antonio Azic, quien la llamó Analía. Analía es hoy
la diputada Victoria Donda. Su tío biológico y su apropiador fueron condenados
a perpetua.
"Hoy se ha castigado nuevamente a personajes
deleznables, que secuestraron niños, personas oscuras como Astiz. Vamos a
seguir investigando por los que fueron absueltos", comentó a Infobae Estela
de Carloto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, quien observó la audiencia
durante poco más de una hora.
El juicio comenzó en noviembre de 2012.
Inicialmente tuvo a 68 personas acusadas, pero 14 murieron durante el
proceso. Se contabilizaron 789 víctimas. "Es para destacar
el hecho de haber logrado un juicio histórico", comentó con
elegancia la cofundadora de Madres de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, pero
aclaró que "no cierra la historia, y sirve para mostrar al mundo la
imagen de los genocidas".
El último capítulo del juicio más grande de la
historia argentina terminó a las ocho de la noche, cuatro horas después de
haber comenzado. Astiz, Acosta, Donda, Suárez Mason, Torres de Tolosa,
Ricardo Cavallo y los otros condenados se pusieron de pie por orden del juez.
Y fueron rodeados, esposados y finalmente trasladados por una
decena policías corpulentos de Infantería y del Servicio Penitenciario Federal.
Ya no gritaron ni cantaron. Volvieron a la sombra en silencio.
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