Solo transcurrieron unos días desde la toma
presidencial de Iván Duque en Bogotá para comprobar que ni en un mundo del
revés, el presidente colombiano se convertirá en el "mejor nuevo
amigo" de Nicolás Maduro, tal y como sucediera sorprendentemente entre
Hugo Chávez y Juan Manuel Santos hace ocho años.
Todo lo contrario. La acusación directa del
presidente bolivariano contra Santos, de quien dice tener la creencia de que
ordenó su presunto magnicidio, y la orden de captura dictada contra el
dirigente opositor Julio Borges, asilado y protegido en Bogotá, profundizan la
enemistad entre ambos gobiernos superando los límites históricos de los famosos
"vientos de guerra" proferidos por el "comandante supremo"
contra Álvaro Uribe en 2009, durante la crisis provocada por la instalación de
bases norteamericanas en territorio colombiano.
"El intento de magnicidio es una estrategia
global para controlar el poder político y apoderarse de las riquezas económicas
de nuestro país. La oligarquía bogotana es el principal instrumento del imperio
estadounidense para influir y dominar Latinoamérica", insistió el líder bolivariano
anteayer en un discurso.
Más presión contra un mandatario novato, que pese a
la dimensión del diferendo está dispuesto a mantener el duelo, incluso a
ganarlo ante los otros países de la región, encabezando una coalición
internacional anti-Maduro, y ante los mismos venezolanos.
Anteayer, el Grupo de Lima, un conjunto de países
críticos del chavismo que integra Colombia, exigió una investigación
"independiente, exhaustiva y transparente" sobre el supuesto intento
de atentado a Maduro y condenó la persecución a Borges por considerarla
"en abierta violación a sus fueros parlamentarios y a las garantías e
inmunidades" de la Constitución venezolana.
"En defensa de los valores democráticos,
nosotros [rechazaremos] cualquier forma de dictadura en el continente americano",
advirtió en su toma de mando.
Una afirmación categórica con lo que ratificaba lo
reiterado en campaña electoral en lo que fue uno de sus principales ejes contra
el izquierdista Gustavo Petro, antiguo aliado del chavismo del que renegó por
necesidades electorales. Duque no solo quiere convertirse en el cabeza de lanza
contra Maduro, sino que también lo parezca desde el primer momento.
El nuevo presidente colombiano aprovechó para
ejecutar de inmediato otra de sus promesas electorales: el abandono de la
Unasur, la Unión de Naciones Suramericanas auspiciada por Chávez para reducir
la trascendencia de la OEA y que lleva años languideciendo.
Las quejas de su último secretario general, el
expresidente colombiano Ernesto Samper, de nada sirvieron. Samper ejerció de
garante durante las negociaciones entre el gobierno venezolano y la oposición,
siempre decidido a respaldar las estrategias diplomáticas de Caracas.
De esta forma, Duque se apunta el segundo round,
porque el primero le viene heredado gracias a una de las últimas iniciativas
gubernamentales del gabinete de Santos. El censo de emigrantes venezolanos
realizado por las autoridades permitirá a más de 400.000 criollos huidos de la
tragedia de su país regularizar su situación y unirse a compatriotas y
ciudadanos con doble nacionalidad que ya intentan "echarle pichón",
como dicen en Venezuela a ponerse manos a la obra.
Un drama que incluso ha generado sus propios
símbolos. Como Elizabeth Salazar, cuya imagen en junio mostrando en Caracas su
pecho herido por el cáncer dio la vuelta al mundo. La mujer protestó a las
puertas de un Ministerio de Salud que ha olvidado a los enfermos de su país, también
a ella.
Hoy Salazar es tratada con urgencia en Colombia, en
el departamento del Norte de Santander, ya que pese a las promesas no recibió
ningún tipo de ayuda en Venezuela. Todo lo contrario: su marido ha denunciado
desde Colombia que fueron perseguidos por el chavismo tras su denuncia, pese a
que la enfermedad le ha invadido el seno izquierdo, parte del derecho y la
axila.
Colombia, con más de un millón de venezolanos en su
territorio, es el principal país de acogida de una diáspora que crece y crece ante
el grito de sálvese quien pueda.
Pero además es la principal puerta de salida a la
gran huida, que se desparrama después por todo el subcontinente. La presión
migratoria es de tal intensidad que Bogotá pedirá a la ONU que designe un
enviado especial que se enfrente de verdad contra una crisis humanitaria que
seguirá creciendo a la misma velocidad que la hiperinflación venezolana.
Según el FMI, los precios subirán este año por
encima de 1.000.000%, rompiendo todos los récords históricos y mundiales.
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