¿Qué diferencia hay entre tomar un fármaco para
curar una enfermedad, someterse a una cirugía para reparar tejido averiado,
participar voluntariamente de un experimento en el que alterarán el ADN de
células deficientes, o permitir (bajo la promesa de que así se evitaría todo lo
anterior) que modifiquen la información genética de unos embriones? ¿Son
grises dentro de la misma escala? La comunidad científica dice que no,
que una cosa es todo lo primero y otra distinta es tocar
genéticamente esas células “primeras”, las que surgen de la unión entre el
óvulo y el espermatozoide. Porque, aunque se desconocen los efectos reales, se
sabe que los cambios serán heredados por futuras generaciones. Y ésta es una
puerta que nadie quiere abrir.
Salvo He
Jiankui, el temerario científico chino que esta semana se ganó el desprecio
mundial cuando anunció que –por fuera de toda regulación china- había editado
bebés genéticamente, algo que, en respeto a los principales protocolos de
bioética, nadie hace. O sea, trastocar el ADN de embriones, en este caso
puntual, para que resistan el contagio del VIH sida. Resultado de ese
experimento, He Jiankui asegura que ya nacieron un par de gemelas y que hay
otro embarazo en curso
Aclaremos la jerga. Por un lado existe (siempre en
fase experimental) la llamada edición genética de células somáticas:
sacan células “problemáticas” del organismo, les insertan o modifican una
secuencia genética faltante o deficiente, y las inyectan otra vez. Este cambio
“muere” con la persona, o sea que no pasa a su descendencia.
Además está la edición genética de células
germinales(el caso del científico chino), un procedimiento que, al menos en
humanos, es rechazado por la comunidad científica. Ahí el cambio se hace
en el ADN de los gametos o del propio embrión, y es hereditario.
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